Sólo su recia personalidad política podía concederle el lujo de parecer incongruente cuando, llegado el momento, se negó a “sentarse y escuchar” a Adolf Hitler cambiando el diálogo por los bombarderos. Fue cuando el Primer Ministro Chamberlain, exultante tras entrevistarse en Munich con el führer, asegurara haber logrado “la paz con honor”. La pulla de Churchill fue despiadada. “Se os dio a elegir entre la guerra y el deshonor. Elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”.
Situaciones extremas se dirá. Pero si leemos al historiador Von Clausewitz y aceptamos que la guerra es la política llevada por otros medios, podríamos invertir la ecuación y considerar que al final, cuando los restos de un ejército triunfan sobre los restos del otro, sólo queda sentarse, hablar, escucharse y negociar. La clave consiste en elegir el momento para ser Chamberlain o Churchill.
Este dilema parece reproducirse a partir de la sangrienta incursión de Hamás en territorio israelí y la respuesta militar inmediata del Gobierno de Tel Aviv. El episodio nos reenvía al “espíritu de Múnich” (el de 1938) cuando apaciguadores y belicistas intercambiaban estocadas en el Parlamento inglés mientras América observaba de lejos. Hoy, mientras se negocia en El Cairo un posible cese de hostilidades con intercambio de rehenes de Hamás por terroristas presos en Israel, América patrulla los océanos con China y Rusia vigilando de cerca. Pocas veces, en los últimos 100 años, los tambores de guerra sonaron tan fuerte, soplando sobre las brasas de varios conflictos regionales y simultáneos.