
En Paraguay comenzó a ofertarse un „mojito“, cuya composición está sujeta a la caña blanca, la ruda y el limón. O lo que es lo mismo: caña para alegrar el espíritu, ruda como depurante y el cítrico como infalible vitamina C.
El resultado el „carrulim“, si se quiere la variante etílica del tereré, la infusión fría a base de hierbas que es uno de los sellos de Paraguay, hasta el punto de que fue declarado por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial.
A falta de que el „carrulim“ obtenga esos galones, si bien el Ministerio de Cultura lo declaró patrimonio cultural, los que se acercaron al Paseo de los Yuyos lo convalidaron otro año como el robustecedor del sistema inmunológico más confiable en agosto.
Un mes propulsor de bruscos cambios de tiempo, con las consecuentes decaídas del cuerpo, y en el que los árboles causan con su polinización molestas alergias.
Sin por ello descontar el papel social del „carrulim“, consumido en rondas compartidas de amigos o familiares como parte de una tradición inherente a la cultura paraguaya.
Un acervo que se transmite de generación en generación, como lo prueban las vendedoras que lo perpetúan cada inicio de agosto y contra viento y marea, como en este año en el que el incendio no consiguió que los asuncenos que se acercaron al Mercado 4 mostraran su fidelidad al „carrulim“.