Hace apenas dos años, Abiy Ahmed, el primer ministro de Etiopía, era aclamado en los centros de poder global como un pacificador y reformista moderado. En Europa se lo ponía como ejemplo para todos los otros países africanos. En su país se convirtió en una especie de “rock star”. A los 43 años, ganó el Premio Nobel de la Paz 2019 por vaciar las cárceles de su país de presos políticos, hacer la paz con los grupos de la oposición y poner fin a un estado de guerra con la vecina Eritrea. Pero se gastó ese capital moral y político en tiempo récord. Hoy es considerado un criminal de guerra.
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