En el antiguo testamento, en época muy temprana de la literatura, surge un carácter plenamente trazado, que emerge desde lo más bajo del estrato social de Judea. Se trata de un muchacho, hijo menor de Isaí, de nombre David, pastor de ovejas, que nada de experiencia tenía en el arte del combate militar. Y, sin embargo, sabemos que David, el joven pastor, mató a Goliat, incrustando en la frente del gigante guerrero una piedra que salió disparada desde su honda. Esta historia tan fascinante no debe ser leída sin reflexión, pues entre líneas, podremos extraer principios fundamentales de la estrategia empresarial.
A ambos lados de un valle, en colinas opuestas, se encontraban, frente a frente, el ejército de los israelitas y el de los filisteos. Desde el campamento israelita pudieron divisar que un gigante filisteo, de nombre Goliat de Gat, traía consigo un mensaje de guerra. El gigante, ataviado de armadura de bronce, lanza y espada, sentenció una amenaza de muerte a los israelitas: “Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí. Si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis”. La amenaza retumbó en el valle, generando pavor en las filas de los israelitas.
El joven pastor, que merodeaba por el campamento israelita, tras escuchar la amenaza, fue el único que se atrevió a enfrenar la afrenta. Se presentó ante Saul, primer rey de Israel, y le dijo sin vacilación: “tu siervo irá y peleará contra este filisteo”. Pero Saúl, al igual que los hermanos de David, también dudó en la capacidad del muchacho y le replicó: “No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él, un hombre de guerra desde su juventud”.