80 años del día mas largo del siglo: el desembarco de Normandía

París.-Los historiadores lo describen como “el día más largo del siglo”. La mañana del 6 de junio de 1944, de la costa francesa brotó un ejército con acorazados, cruceros, destructores, buques y lanchas preparado para acabar con el dominio nazi.

Los “milagros” de la acción militar más grande de la historia y los diálogos entre el jefe militar de los aliados y sus soldados

Allá van. En unas horas más, cuando las primeras luces del día iluminen la costa de Francia, desde tierra un soldado alemán va a describir el espectáculo de forma muy gráfica: “Era como si una gran ciudad, con edificios muy altos, hubiera brotado del mar y avanzara hacia nosotros”.

Son siete acorazados, veintitrés cruceros, ciento cuatro destructores, ciento cincuenta buques de escolta, doscientos setenta y siete dragaminas, todos británicos, americanos o canadienses a los que se habían sumado algunos buques franceses, polacos, holandeses y noruegos, y cinco mil lanchas de desembarco que van a descargar en las playas, o van a intentarlo, ciento sesenta mil soldados.

Es la más grande operación militar de la historia, destinada a terminar con la Alemania nazi de Adolf Hitler, con su idea de dominar al mundo, con su política basada en una supuesta supremacía racial, con los asesinatos de millones de personas en campos de concentración de los que todavía hay escasas noticias, con una maquinaria de guerra que durante cinco años había oprimido a los pueblos de Europa.

Era el Día D. El 6 de junio de 1944, hace ochenta años, lo que entonces se llamaba “el mundo libre” y lo era, que había sido humillado y sojuzgado por Hitler, la Gran Bretaña atacada, la Francia ocupada, la Polonia cautiva, la Unión Soviética invadida y casi destruida y los Estados Unidos enfrentado con Japón después del ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941, habían unido sus fuerzas para plantarle cara al nazismo, reimplantar la libertad, reconstruir un continente y acabar con la muerte como una forma de hacer política.

Hoy, una decena de jefes de Estado de aquel mundo libre, entre ellos el presidente de Francia, Emmanuel Macron, Francia organiza este año la celebración, el rey Charles III del Reino Unido y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden se unen en Normandía para recordar aquella epopeya que no terminó en desastre por milagro.

La invasión del 6 de junio empezó en realidad en la noche del 5, cuando mil doscientos aviones transportaron a tres divisiones de paracaidistas detrás de las líneas alemanas en territorio francés. Eran la 6ª División Aerotransportada británica, y las legendarias 101ª y 82ª División Aerotransportadas de Estados Unidos, con tropas dispuestas a lanzarse desde los planeadores remolcados por los aviones de guerra. Esa fue, es otra historia, la primera gran batalla de Normandía, la más silenciosa.

Al mando de aquel ejército enorme estaba el general americano Dwight D. Eisenhower que tenía el cargo de Comandante Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas. Había sido designado en mayo de 1943 durante la Conferencia Trident celebrada en Washington entre el presidente Franklin Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill. El general británico Bernard Montgomery era su segundo virtual, como comandante del XXI Grupo de Ejércitos que agrupaba a todas las fuerzas terrestres que tomarían parte de la invasión.

En aquella conferencia, Roosevelt y Churchill decidieron cuál sería el sitio de desembarco, Normandía; eligieron las cinco playas a las que llegarían las tropas y les dieron el nombre clave, de oeste a este, de Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword. Utah y Omaha a cargo de los americanos, Sword y Gold en manos de los británicos y canadienses y Juno a ser tomada por canadienses, británicos, franceses, polacos y noruegos.

Si toda gran historia puede contarse a través de las pequeñas, la primera de ellas dice que la invasión empezó un día más tarde. Iba a lanzarse el 5 de junio, pero dificultades meteorológicas y el temor de tormentas en la costa y del mar embravecido la retrasaron un día. El 5 de junio, Eisenhower visitó a los paracaidistas que esa misma noche saltarían a Francia tras las líneas alemanas, antes de que la gran flota aliada partiera de Inglaterra.

El comandante supremo, que había nacido en Texas pero se había criado en Abilene, Kansas, se acercó a un grupo de soldados, camuflados ya y listos para abordar aviones y planeadores, y quiso saber si había algún soldado de ese estado. “Yo soy de Kansas, señor”, le dijo Sherman Oyler, un chico de veintitrés años. Según narra el historiador Stephen Ambrose en The Victors: Eisenhower and his boys. El comandante se acercó al soldado y preguntó: “¿Cómo te llamas, hijo?”. Pero el muchacho estaba paralizado y mudo frente al general y a las bromas de sus compañeros: “Vamos Oyler, decile cómo te llamás”. Por fin, el general y el soldado hablaron sobre sus pueblos natales, Caldwell en el caso de Oyler.

El general quiso saber si el soldado tenía miedo y Oyler contestó que sí. “Es natural -le dijo Eisenhower-. Sería de locos no tenerlo. El truco consiste en tirar para adelante. Si te paras, empiezas a pensar y pierdes el objetivo: podrías convertirte en una baja. Lo ideal, lo perfecto, es seguir para adelante”. Al final, Eisenhower le dijo: “Oyler, ya sabés que los alemanes nos han hecho pasar un verdadero infierno durante cinco años. Es hora de que lo paguen. Ve por ellos, Kansas”. Oyler debe haber seguido las instrucciones del comandante al pie de la letra: sobrevivió a Normandía y a la guerra. Murió el 22 de abril de 1999, a los setenta y ocho años, en Topeka, Kansas.

Después, Eisenhower encaró al teniente Wallace Strobel, de veintidós años, líder de pelotón del regimiento 502 de paracaidistas de la 101ª División. Una famosa foto muestra a los dos en plena charla: el oficial, con la cara tiznada y un cartel con el número “23″ en el pecho, el número del planeador al que debía subir. Strobel era de Michigan. “Ah, Michigan -dijo Eisenhower-. Buena pesca por allí. Me encanta”. El comandante quiso saber si Strobel y sus hombres estaban listos, y el teniente le dijo que sí, que según él, no iba a haber demasiados problemas: “Deje de preocuparse, general, nos vamos a encargar de todo por usted”. Strobel también sobrevivió a la guerra. Murió en Michigan el 27 de agosto de 1999 a los setenta y siete años. En 1992 había donado su uniforme de combate a la Dwight D. Eisenhower Library.

Todo desbordaba optimismo, pero los ánimos eran muy otros. Eisenhower diría años después que uno de los peores momentos de su vida militar había sido hablar con los hombres a los que enviaba a un destino que podía ser el de la muerte. No era sólo eso. En el bolsillo de su chaqueta, Eisenhower guardaba un mensaje garabateado a mano, con letra nerviosa y tachaduras enérgicas. Decía: “Nuestros desembarcos en el área de Cherburgo-Havre no lograron un punto de apoyo satisfactorio y he retirado las tropas. Mi decisión de atacar en este momento y lugar se basó en la mejor información disponible. Las tropas, el aire y la Marina hicieron todo lo que la valentía y la devoción al deber podían hacer. Si alguna culpa o falta se atribuye al intento, es solo mía”. Era por si todo salía mal. Tan nervioso estaba el comandante, que puso en la línea final de su mensaje una fecha equivocada: “July 5″. Y era 5 de junio.

A sus hombres no les dijo nada de eso. Al contrario, hizo preparar una Orden del Día para el 6 de junio, que corrigió de puño y letra, en la que expresaba: “Soldados, marineros y aviadores de la gran Fuerza Expedicionaria Aliada. Están a punto de embarcar en la Gran Cruzada, para la que nos hemos estado preparando estos meses. Los ojos del mundo están sobre ustedes. Las esperanzas y oraciones de las personas amantes de la libertad en todas partes marchan con ustedes. En compañía de nuestros valientes aliados y compañeros de armas en otros frentes, conseguirán destruir la maquinaria de guerra alemana, la eliminación de la tiranía nazi sobre los pueblos oprimidos de Europa y seguridad para nosotros mismos en un mundo libre (…)”. De esa Orden del Día se imprimieron ciento setenta y cinco mil copias que fueron entregadas a todas las tropas que iban a participar en el Día D, muchas de ellas parte del contingente de un millón y medio de soldados estadounidenses destinados en Gran Bretaña.

La primera playa a la que llegaron las tropas aliadas fue Utah, porque en esa costa la marea subía antes. Era un sitio muy defendido por los alemanes con una hilera de cañones emplazados en lo alto de los acantilados. Debajo, y al nivel de los riscos situados más allá de la línea de pleamar, brillaban las temidas baterías de 88 milímetros, un arma de terrible eficiencia. Era parte del “Muro del Atlántico” diseñado por el mariscal Erwin Rommel, a quien Hitler había encomendado la defensa costera. Sin embargo, en uno de los primeros milagros de la jornada, una fuerte corriente activada por las tormentas de días anteriores y un leve error de navegación en el buque que marcaba el rumbo del desembarco desvió todo unos dos kilómetros al sur, hacia otra franja de playa menos defendida y sin acantilados: los invasores tomaron la playa y avanzaron hacia las dunas sin que los alemanes pudieran siquiera abrir fuego contra ellos.

El infierno se desató en la playa Omaha. Casi todo salió mal y pudo salir peor. Omaha era un terreno de costa alargado, con una suave curva; vista desde el mar, la playa terminaba a la derecha en unos enormes acantilados. Albergaba a tres pequeños pueblos costeros: Colleville-Sur-Mer, Saint-Laurent-Sur-Mer y Vierville-Sur-Mer y a unas pequeñas ramblas aptas para los vehículos que debían salir de la playa después del desembarco, en especial los blindados. Pero las lanchas de transporte se habían detenido a cinco mil metros de distancia de la costa ante un mar que estaba demasiado picado. Los blindados fueron lanzados igual al agua. De los treinta tanques Sherman del 741 Batallón, veintisiete se fueron a pique y solo dos llegaron a la playa… flotando. Se ahogaron treinta y tres miembros de esas tripulaciones.

El formidable bombardeo naval y aéreo destinado a minar la resistencia alemana, que se había iniciado al menos una hora antes de la invasión terrestre, no tuvo casi ningún resultado en Omaha. En la media hora previa a la “Hora H del Día D”, los Liberators y los Fortresses de la 8ª Fuerza Aérea americana lanzaron trece mil bombas: ninguna cayó en Omaha ni en las defensas alemanas, sino detrás de la cima de los acantilados. Eso hizo murmurar a un capitán con irónica desesperación: “¡Dios mío! ¡En vez de matar a los alemanes los hemos despertado!”.Infobae.

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