Resulta paradójico que, a pesar de estar viviendo en una era en la que los seres humanos hemos aumentado nuestra expectativa de vida, la mirada de las nuevas generaciones esté mayormente basada en la satisfacción inmediata de sus deseos.
Tanto el mediano como el largo plazo parecen ser insoportables para la mayoría de las nuevas generaciones. En los últimos meses, he analizado cómo esta conducta impacta negativamente en el mercado inmobiliario local y, a su vez, condiciona seria y profundamente la calidad de vida futura de estas nuevas generaciones que, obviamente, en algún momento dejarán de serlo.
Para un desarrollador inmobiliario, uno de los objetivos primordiales es vender los departamentos que construye a consumidores finales, es decir, a personas que compren para vivir en ellos. Lo que ocurre actualmente en Paraguay, donde hay una tasa importante de personas que alquilan, y dicha tasa se incrementa de forma permanente, es que el mercado tiene muy pocas personas dispuestas a comprar propiedades en general y departamentos en particular.
Muchos colegas y especialistas en economía y finanzas sostienen que este fenómeno se da por la falta de crédito. Muchos desarrolladores inmobiliarios solicitan a entidades gubernamentales, bancos y entidades financieras que amplíen el mercado de crédito hipotecario.
Sin embargo, considero que el problema no es esencialmente la falta o carencia de crédito. Lo que hemos observado es que la gran mayoría prefiere consumir en productos y servicios de satisfacción inmediata, mucho más que disponer de una parte importante de sus ingresos para pagar la cuota de una propiedad.
Es bastante normal, por ejemplo, encontrar personas que compran automóviles de alta gama en cuotas pero que son inquilinos y no propietarios de una vivienda. Muchas veces, los valores de las cuotas del vehículo podrían acercarse al valor de una cuota para comprar una vivienda a crédito, pero no está en su interés evaluar esta opción. Prefieren adquirir el auto y seguir alquilando una vivienda, en lugar de postergar por muchos años el acceso a un vehículo deseado, el cual representa para ellas una gran satisfacción. De esta forma, satisfacen hoy el vivir en una vivienda alquilada y tener un vehículo de alta gama.
Hay que decir, para quienes quizás se puedan confundir, que un auto es un bien de uso cuyo valor económico se deprecia a través del tiempo, mientras que una vivienda es un bien que se aprecia a través del tiempo. En otras palabras, la vivienda suele capitalizarse y el auto u otros bienes de uso se descapitalizan.
El interés por consumir de forma inmediata supera el interés por resignar parte de ese deseo de compra y dedicarlo a la adquisición de una propiedad, la cual demandará muchos años de esfuerzo y de “privaciones” que no se está dispuesto a asumir. Salvo que hubiera, lo que es casi imposible desde el punto de vista económico-financiero para el desarrollador, propiedades que se vendan al mismo valor que la cuota de un alquiler sin ningún tipo de pago previo. Por eso, no es en nada atractiva la compra de una vivienda, porque me demandará, como mínimo, postergar el consumo deseado que puedo hacer hoy.
Claramente se da una situación localmente singular respecto a otros países, porque a nivel internacional y especialmente regional, los precios de las viviendas en Paraguay son marcadamente más bajos en dólares que en otros países y ciudades, siendo propiedades de excelente calidad y muy bien ubicadas en muchísimos casos.
Por eso, tantas desarrolladoras deben hacer campañas de difusión de todo tipo y color en el exterior del país, buscando clientes que no encuentran a nivel local. Esto implica atraer inversores externos que compran para renta, muchas veces seducidos por altas tasas de retorno que no se condicen con la actualidad del mercado.
De continuar esta psicología del consumidor paraguayo, en algunas décadas, y siendo que la mayoría rechaza la idea del ahorro, nos encontraremos con que, ante la jubilación y/o baja de la tasa de empleo, se producirá un profundo problema de miles de personas que, al no poder pagar un alquiler, se quedarán sin techo, un problema de muy difícil resolución y de un tremendo impacto social.
Pocos parecen estar interesados en este fenómeno, que entendemos debería llamar la atención del Estado. Sería menester que se intente educar financieramente a los jóvenes y ayudar a prevenir un flagelo futuro que parece que no se está dispuesto a ver.
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