Evo Morales, del pandillaje rural a las mesas de Starbucks

Para los bolivianos, especialmente, para quienes conservamos la decencia, resulta muy incomodo que se nos relacione con Evo Morales y sus falsedades. Es muy molestoso escuchar a cualquier extranjero repetir los mitos ―entre ellos, el «milagro» económico― del primer gobierno «indígena» boliviano.  

Sin embargo, la realidad es otra, Evo no es indígena y la economía de Bolivia se sostiene sobre alfileres. Veamos.

Evo Morales nació el 26 de octubre de 1959 en Orinoca, un humilde caserío rural del departamento de Oruro. Desde muy pequeño se dedicó al pastoreo de llamas y la agricultura. Más adelante, con el afán de ganarse la vida, aprendió los más variados oficios. Por ejemplo, fue panadero, ladrillero y hasta miembro de La Banda Real Imperial (una especie de murga cuya capacidad técnica se reduce al bullicio callejero en carnavales). Esos saltos de laburo en laburo lo llevaron al Chapare y a la siembra de Coca.

Después de los programas de ajustes y estabilidad económica de mediados de los 80, Bolivia había comenzado los 90 con un combate frontal contra el narcotráfico y los cárteles. Medidas judiciales como Los arrepentidos y el Programa de Desarrollo Alternativo buscaban sacar al país del circuito de la cocaína. Sin embargo, esa misma época, Fidel Castro y Lula da Silva ya habían puesto sus ojos en Bolivia y, especialmente, sobre las finanzas de la cocaína boliviana.

Obviamente, necesitaban un operador, un delfín a quien manipular. Ese papel se lo asignaron a Morales, quien en esos momentos ya era dirigente de los productores de coca del Chapare cochabambino.

Esos mismos años, que coinciden con la caída de la Unión Soviética, las recuas socialistas se habían reagrupado alrededor de las más variopintas ONGS. Justamente, éstas serían las encargadas de romantizar el combate contra el narcotráfico. Además, de construir la imagen de Evo como el «líder» de los humildes y «libertador» de los indígenas. Toda esa escena teatral sería un camuflaje para dinamitar la estabilidad boliviana mediante acciones terroristas.

Conste que las afirmaciones arriba vertidas no están basadas en prejuicios contra un pobre «indígena», sino en declaraciones que realizaron los propios panegiristas y publicistas de Morales.

En concreto, Bruno Fornillo, en su libro: Debatir Bolivia, afirma que a principios de los 90 se crearon más de 400 ONGS en el país. Fornillo prosigue detallando como estas instituciones habían estructurado una especie de Estado paralelo. Asimismo, el papel importante que jugaron en la ideologización del conflicto cocalero.  

Las ONGS organizaron las protestas citadinas y el pandillaje rural desde inicios de los 90. De igual manera, fueron las grandes protagonistas en el golpe de Estado del 2003, que los subversivos llaman: «La guerra del gas». Una falsedad total, pues nunca se trató de defender el gas, sino de encumbrar en el poder al narcotráfico.

Una vez sentado en la silla presidencial, Morales se dedicó a destrozar la institucionalidad democrática, saquear los recursos públicos y montar un narcoestado. Ahora mismo, el país tiene una deuda externa de 12.697 millones de dólares, la más alta de su historia. Empero la cosa se pone peor. Ya que Bolivia, a diferencia de los primeros años del Movimiento Al Socialismo, no podrá conseguir grandes ingresos porque ya no hay gas.

Como vemos, Evo Morales es un pandillero que fue elevado a calidad de héroe y estadista por las ONGS. Es un fetiche para los progresistas de Starbucks que creen conocer la realidad de Bolivia, incluso mejor que los propios bolivianos. Un criminal mercadeado como libertador. Un operador del castrochavismo que montó una dictadura en mi patria.

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